Lo que más recuerdo son tus besos...
Ya sé que vas a reír cuando lo leas, pero realmente tus besos eran muy especiales. Yo nunca los esperaba, y de repente los sentía depositarse en el pómulo, o en la comisura de los labios, como una mariposa diminuta que hubiera llegado volando alegremente desde algún lugar mágico del universo, para marcharse enseguida con un aleteo tibio, dejando tras de sí un leve aroma a hojas de otoño, y a flores ausentes. No han vuelto a besarme de esa manera.
Supongo que el secreto está en que tú ponías el alma en tus besos, y tu alma era enorme, la más grande que he conocido nunca.
Al principio no me di cuenta, porque yo estaba acostumbrada a las almas que son como los arroyos de las montañas, ruidosas y efímeras, y como no tenía referencias las confundía con espíritus fuertes, aunque en realidad son un pequeño volumen de agua muy agitada. En cambio la tuya estaba camuflada bajo aquella serenidad que recordaba la de un océano en calma. Un océano cálido, además.
Yo la relacionaba enseguida con corrientes tibias y colores claros. O con corrientes claras y colores tibios, bien mirado.
Después, siendo ya una experta, he conocido a otras personas con en alma casi tan grande como la tuya, pero la mayoría eran almas frías y oscuras. Incluso tenebrosas, en algunos casos. Supongo que es difícil llenar de luz un alma tan grande como la tuya.
De todas maneras, ahora tengo debilidad por la gente con el alma grande, porque me recuerdan a ti...